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El camarote de los Fondos Socialmente Responsables

Iván Merillas Santos • jul 19, 2020

Seleccionando fondos de inversión sin volverse loco

“Damas y caballeros, estos son mis fondos de inversión. Si no les gustan… tengo otros.” Al más puro estilo Groucho Marx. Así está virando la industria de la gestión de activos para atraer el capital de los inversores. De ahí la cantidad ingente de nuevos fondos con la etiqueta “sostenible” que cada día salen al mercado. ¡Ya he perdido la cuenta! Estoy saturado, así que, por favor, “¡paren el mundo que yo me bajo!”.


A ver, no es que no me gusten los fondos de inversión socialmente responsables (FISR), todo lo contrario, me encantan. El problema es que me gustan todos… y no sé con cuál de ellos tengo que quedarme. Ya me pasaba cuando gestionaba carteras de fondos de inversión “tradicionales”, que venía el comercial de turno y me resultaba muy difícil decirle que no iba a invertir en aquellos fondos que me acababa de recomendar. Parecían todos tan buenos…



Así que tuve que inventar una herramienta matemática para seleccionar los mejores fondos de inversión. Ya tenía la coartada perfecta, ya había conseguido delegar la presión en ese modelo matemático que había creado. Era una herramienta ideal, rigurosa al tiempo que flexible, coherente con mis preferencias e impávida ante cualquier estímulo externo. ¡No se dejaba coaccionar!


Las decisiones ahora eran más fáciles de tomar. “Este fondo destaca por su ratio de Sharpe y encaja en la cartera conservadora porque tiene un Downside Capture ratio muy bajo” o “descartamos este fondo porque su ratio Downside Risk es demasiado alto dentro de su categoría”, eran frases típicas de las nuevas conversaciones que manteníamos con los comerciales. Argumentos imposibles de rebatir ante cualquier ofensiva de marketing.


En esos extraordinarios momentos, hace ya un lustro, la inversión socialmente responsable (ISR) no estaba de moda en el sector (al menos en España) y mi propuesta de mejorar mi modelo de selección de fondos integrando criterios ASG (Ambientales, Sociales y de buen Gobierno) no se veía como una tarea esencial. “Si lo que ya tienes funciona… yo no me metería en líos…”, me decían. Aún así decidí ampliar el modelo y dar cabida a un análisis extra-financiero y vaya que sí, ¡funcionó! Mi discurso se amplió enormemente. Ya era capaz de argumentar que elegíamos un determinado fondo no sólo por su buena rentabilidad o su fabulosa ratio de máxima caída, sino porque además contribuía a reducir las emisiones de CO2 o a reducir la brecha salarial entre hombres y mujeres. Y todo con la misma metodología matemática que había usado hasta ahora. ¡Fantástico!

Pero, ¿cuánto tiempo vas a estar refugiado en tu soledad? Esta pregunta sacada de una canción de los 90 fue el prefacio del actual tsunami de la ISR, que ha acabado inundando el mercado de los fondos de inversión. Todo dio un vuelco enorme. Emisiones de bonos verdes y sociales que alimentan los fondos Green Bond, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que se apoderan de las políticas de inversión, el ahora tan pronunciado proxy-voting o engagement que es el pilar de los nuevos fondos de Impacto… Productos nuevos y sin referencias objetivas para discernir con cuál de ellos me debo quedar. Este terreno me hace sentir tremendamente vulnerable.

Lo bueno es que ya me he ido acostumbrando a la nueva jerga de la industria financiera. Hasta hace poco no sabía que era eso del Best-in-class, del Best-Effort o incluso, el Engagement. Esta última palabra la aprendí en un evento de estos habituales del sector de la gestión de activos. Recuerdo que estaba hablando con un gestor y repentinamente me dijo: “Oiga, ¿le importa si no fumo?”. Qué grata sorpresa, pensé yo. Uno de los míos. Así que decidí ser simpático y responderle con una pregunta: “¿Lo hace por trabajo o por placer?” Aquel individuo se quedó mirándome fijamente y me respondió : “Por engagement. Como soy responsable de un FISR, mi entidad me incentiva a tener un impacto positivo con todos los stakeholders y entre ellos mis posibles clientes. Ya sabes, para dar buena imagen.”. ¡Ah!, pensé yo. Mi interlocutor debió ver mi cara de sorpresa y decidió aclarar un poco más la cuestión: “A ver, fuera de mi horario de trabajo puedo fumar, siempre y cuando no cuelgue ninguna foto en RRSS claro está.”. Muy inteligente pensé yo y mi cabeza fue más allá… ¿Y si utilizara la Inteligencia Artificial para detectar la coherencia de las entidades gestoras y de los gestores de fondos? Porque una cosa sí tengo clara, esto va de coherencia.

Volviendo al tema del engagement, el otro día leí un interesante artículo sobre una investigación realizada por un grupo de profesores de IESE cuya principal conclusión era que las Big Three (las tres mayores gestoras de activos del mundo – Blackrock, Vanguard y State Street Global Advisors), contrariamente a lo que muchos creen, tienen tanto los incentivos como los medios para conseguir que se reduzcan las emisiones de CO2, demostrando empíricamente que a través de las interacciones con las compañías que tienen en sus carteras, ya han estado jugando un papel positivo en esta dimensión del gobierno corporativo. 

Pero, ¿cómo medimos el impacto real del engagement? Una opción es a través del porcentaje de participación que tiene el inversor institucional en las compañías puesto que, a mayor porcentaje, mayor presión se puede ejercer para cumplir los objetivos ASG marcados. Otra manera es conociendo la tasa de éxito obtenida a través del proxy-voting. Este dato es muy interesante de analizar y os invito a que lo preguntéis siempre que podáis. Yo llevo meses haciéndolo aunque no he tenido mucho éxito en dicho acometido.  

A pesar de las bondades de seguir una metodología del best-effort, ya sea a través del engagement o de simplemente analizar la evolución en diferentes indicadores, no a todo el mundo le convence esta aproximación a la hora de escoger un fondo de inversión socialmente responsable. Un claro ejemplo lo podemos obtener en el artículo “Baillie Gifford: pot kettle back” de Jamie Powell, publicado en el Financial Times. En esta columna periodística se plantea si no es más conveniente realizar una exclusión de aquellas compañías que no se encuentren dentro del grupo de las best-in-class, llevando el argumento hacia el terreno de la coherencia. ¿Debemos dar la oportunidad a las empresas de mejorar en términos ASG o deben ser castigadas hasta que no alcancen la excelencia en términos de sostenibilidad?

El debate está servido, ¿cómo elijo el fondo que necesita mi cliente dentro del nuevo e ingente universo FISRs? ¿Lo dejamos todo a expensas de la buena labor de los comerciales o buscamos una herramienta que nos sirva de muro de contención ante sus enormes capacidades de persuasión? ¿Qué objetivos nos debemos marcar para no caer en incoherencias significativas?

No es tarea sencilla resolver estas cuestiones, sobre todo si es la primera vez que nos enfrentamos a ellas. Con el paso del tiempo y profundizando en el mundo ASG, nos vamos dando cuenta que no hay una solución única y que este mundo esta lleno de grises. Y la conclusión siempre es la misma: es primordial disponer de una herramienta que nos ayude a discernir, de la manera más objetiva posible, cuál es el producto más adecuado para nuestras inversiones. Ahora disponemos de la tecnología necesaria para el análisis Big Data y para implementar a través de la Inteligencia Artificial una buena selección socialmente responsable. 

¡Aprovechemos estas oportunidades!


Artículo publicado en la revista Ágora el 20 de julio de 2020


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